Pinceladas científicas sobre el TDAH.
El Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) es uno de los trastornos neuropsiquiátricos más comunes en la infancia y que a menudo persiste en la edad adulta (Barkley, 1998; Wender, 2000). Según el DSM-V, el 5% de los niños en edad escolar presentan TDAH, con picos del 8% entre los 6 y 9 años.
Los niños con TDAH, tienen problemas para mantener la atención en períodos prolongados de tiempo, dificultades para mantener los objetivos, realizar tareas de planificación y tienen dificultad en la inhibición de impulsos (Barkley, 1998).
En consecuencia, su comportamiento muestra desatención, impulsividad e hiperactividad. Cabe destacar la comorbilidad que presenta este trastorno, ya que los jóvenes con TDAH con frecuencia presentan además, trastorno negativista desafiante (Wolraich et al., 2005), depresión (Wilens et al., 2002), y ansiedad (Barkley, 2004).
Estos déficits asociados al TDAH, contribuyen a un considerable deterioro funcional, incluyendo fracaso escolar (Biederman et al., 2004), y relaciones disruptivas con su entorno (Bagwell et al., 2001) y especialmente en el entorno familiar.
Aunque tradicionalmente se ha considerado un trastorno propio de la infancia, y distintos estudios han demostrado que los síntomas de hiperactividad/impulsividad, decrecen sustancialmente con la edad, no ocurre lo mismo con los síntomas de inatención, que se mantienen más estables en el tiempo. Apoyándonos en los trabajos de distintos autores, no hay duda de que estamos ante un trastorno de carácter crónico, que persiste en torno a un 50% en la adolescencia y en la edad adulta (Biederman y Faraone, 2005).
Respecto a las causas del TDAH, todo parece indicar, que estamos ante un trastorno de herencia poligénica, multifactorial, de expresión variable, que depende de factores ambientales diversos, entre los que destacan las circunstancias perinatales y métodos de crianza y educación (Miranda et al., 2000).
Los padres de los niños con TDAH, presentan mayores niveles de estrés parental, que la población general (Biondic, 2011; Johnston y Mash, 2001; Theule et al., 2013). El estrés parental sucede, cuando la demanda que recibe el padre es superior a los recursos propios con los que puede atender. A su vez, el estrés parental es un contribuidor de la desadaptación familiar, ya que está asociado a la vivencia de altos niveles de conflicto en el hogar (Johnston y Mash, 2001), más punitiva (Webster-Sratton, 1990) y estricta o controladora (Putnick et al., 2008). Por otro lado, estas prácticas de crianza están a su vez relacionadas, con bajos niveles de autoestima en adolescentes (Putnick et al., 2008), ajustes psicológicos y salud física más pobres en adolescentes (Repetti et al., 2002).
Teniendo en cuenta pues su naturaleza crónica, los altos porcentajes de prevalencia y sus graves consecuencias en su adaptación social y emocional ,es necesario no solo detectar de forma temprana este trastorno , sino también, cuánto antes, facilitar a estos niños y padres, una intervención adecuada, que permitan abordar este trastorno y sus consecuencias, de una forma eficaz y óptima.
Veamos en las siguientes entradas, cómo entrenarnos en mindfulness, puede ayudarnos a conectarnos de forma positiva con nosotros mismos y el entorno, de forma que nos sintamos capaces y preparados para poder ¡con lo que sea!.